Fanatismo político


Si en algo coincidimos los mexicanos, es en la percepción de que los partidos políticos representan lo más bajo que existe en niveles de confianza; son comúnmente asociados a corrupción, ineficiencia, falta de credibilidad, tráfico de influencias y un largo rosario de críticas… siendo así, ¿qué motiva a una persona a envolverse en la bandera de cualquiera de ellos y fanatizarse con un candidato? ¿qué lleva a alguien a levantar pancartas, repartir volantes, pegar calcas? Dudo mucho que sea pura convicción y dudo aún más que sea el ánimo de la búsqueda de un país, ciudad o comunidad mejor.  
Foto: www.elsolonoticias.com
Dicho en términos prácticos, me parece que hay básicamente dos perfiles, con objetivos distintos. Por un lado, tenemos a la tropa de los partidos. Los pobres, aquellas madres de familia, usualmente de colonias de la periferia, aquellos que viven del subempleo, de la economía informal, a los que no les alcanza y que por una despensa, la promesa de apoyos o simplemente por un lonche, son capaces de ir a los mítines, a las reuniones vecinales, etc. Son los que aparecen en la foto con el candidato, aquel que solo se para en la colonia en tiempo de campañas y que abraza a las ancianas, acaricia a los infantes y da la mano a todas esas personas a las que ni siquiera recibirá en su oficina cuando tome posesión del cargo.  Son ellos, el músculo que todo partido necesita exhibir como muestra de aceptación popular. 
El  otro perfil de fanáticos es más complejo y diverso. Son los profesionistas, los burócratas, algunos sectores de jóvenes, aquellos para los que los colores representan sus intereses y no sus convicciones. Los que son capaces de sumarse a la campaña con tal de acumular méritos y después esperar recompensa. Los que portan con orgullo la calca del candidato en el auto, hacen activismo en los muros de Facebook y difunden con regocijo los videos donde se despedaza a los rivales.  Aquellos que apoyarían a Barney el dinosaurio si así conviniera a sus objetivos particulares.
Así es la política, aquí y en todas partes: un vehículo para llegar a fines personales. Esto seguirá siendo así, mientras los puestos en el servicio público no se otorguen por concursos libres y transparentes y no por compromisos y afinidades partidistas. Es válido luchar por un buen trabajo, pero ¿veríamos a tanto fanático partidista agitando banderitas en los mítines o en los cruceros si tuvieran que enfrentar en un concurso de capacidades al resto de la población por un empleo en el gobierno?  Lo dudo… 

Autor de las fechorías

RDE
Luchador enmascarado y vendedor de pitayas. Aficionado al cine, a la música y a las cochinaditas tecnológicas.
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