Entre Tikrit, Carácuaro y hummers

El convoy militar avanzaba despacio; sobre el, decenas de soldados armados observan expectantes a su alrededor; los dedos en el gatillo son una prueba por demás elocuente de que están dispuestos a actuar de ser necesario; Esta escena no solo es parte del paisaje cotidiano en Tikrit, Baquba y Karbala, sino que ahora se reproduce con fuerza en territorio mexicano, lo mismo grandes ciudades que pequeños poblados azotados por la violencia del narco.
El ejército mexicano realiza patrullajes por calles y avenidas, instala retenes e incluso ha llegado a tomar el control de pueblos enteros, como el reciente caso del municipio de Carácuaro, Michoacán, donde se asumió un virtual estado de sitio y las autoridades civiles fueron borradas por las fuerzas militares. No quiero polemizar sobre la legalidad de dichas acciones, sino únicamente resaltar el hecho de que el ejército vuelve a jugar un papel fundamental en la seguridad interna del Estado, algo que hacía décadas no se veía en nuestro país.


Este hecho tiene múltiples aristas; por un lado, es cierto que dado el poderío de los cárteles, es indispensable enfrentarlos con la única fuerza capaz hacerles frente, ya que ni las policías federales (léase AFI, PGR y PFP) ni mucho menos las corporaciones estatales y municipales cuentan con recursos técnicos, materiales y humanos para enfrentar esta batalla. Sin embargo, también es incontrovertible el hecho de que el ejército tiene ahora la tarea de hacer el trabajo que le corresponde precisamente a las policías del país y que por muchos factores estas nunca pudieron -o quisieron- hacer. Tampoco podremos acostumbrarnos jamás a ver nuestras calles y avenidas patrulladas por tanquetas, esto no es sano, ni normal.
Por lo pronto, y siguiendo las palabras del presidente Calderón, no queda más que acostumbrarse a la presencia militar en nuestras calles, que, al menos en los cinco años que restan de su mandato, serán un elemento fundamental en la política de seguridad de este gobierno.

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