No es por compasión. Es por justicia.

Lo veo cada mañana, de pie, sostenido gracias a su frágil bastón. Su mano temblorosa sujeta con dificultad un viejo sombrero, donde las personas depositan algunas monedas; y ahí permanece, bajo el quemante sol del mediodía o la lluvia de la tarde, porque posiblemente la gente que llena las calles sea un mejor tipo de compañía que la soledad de una derruída casa.
Con setenta y tantos años a cuestas y una mirada que evoca una profunda tristeza, este hombre que se pierde entre el paisaje del centro de la ciudad es una clara muestra de una sociedad que no guarda el menor respeto por sus viejitos y que el abandono es el común denominador entre el grueso de la población de adultos mayores en nuestro país.
Escuchamos con frecuencia de campañas tendientes a frenar la violencia de género, el maltrato contra los animales o el cuidado de los árboles, todas actividades importantes sin duda, pero ¿porqué no partimos por garantizar el respeto por la integridad de las personas de edad avanzada? Es un sector terriblemente expuesto, muy marginado y al que rara vez se le atiende. Las políticas públicas se limitan a proporcionar ciertos servicios de salud y algunos de ellos, muy pocos, reciben apoyos económicos que suelen ser paupérrimos.
Un estudio del Consejo Nacional de Población indica que del universo total de adultos mayores, la mitad viven en condiciones de pobreza. Y de ellos, apenas un tercio recibe una pensión. Y siguen los datos terribles: Pedro Borda Hartman, ex-director del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM), señala que la discriminación laboral se suma a la larga lista de vejaciones a las que se ve sometido dicho sector, donde del total de mexicanos mayores de 60 años, 69 por ciento están inactivos; y lo podemos constatar fácilmente, solo hay que hojear las ofertas de empleo de cualquier periódico para darse cuenta que los rangos de edad requeridos dificilmente rebasan los 45 años... ahora, tratemos de ubicar oportunidades para los mayores de 60 años. Simplemente no existen.
Todo ello da como resultado un abanico desolador: pobreza, abandono y enfermedades, que provocan la muerte social antes que la física; basta conocer la situación de personas que sobreviven en penosas condiciones en albergues y asilos, olvidados por sus familiares para quienes los viejitos son una carga de la cual se deben deshacer. Es difícil de creer, pero estos casos son muy comunes.
Hay una cosa que parece que los jóvenes olvidamos, y es que precisamente la juventud es un estado pasajero. Los años irán pasando y llegará el momento en que nos enfrentaremos a las dificultades que ahora padecen ellos, y peor aún, porque seguramente la situación se tornará mucho más crítica ante la inmensa cantidad de ancianos que poblarán este país. ¿Y quién nos va a salvar de eso? ¿los chavos de ahora? ¡Baaah! Están tan inmersos en sí mismos que ni se percatarán de que existimos.
Los cambios se necesitan aquí y ahora, o el tiempo le cobrará una factura altísima a esta sociedad tan miope que por vivir siempre de prisa, no se da cuenta que tenemos un mañana que preveer y un ayer que cuidar.

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