¿En qué nos convertimos?

Hartazgo, impotencia, rabia y una profunda indignación debe de sentir la sociedad mexicana ante la incontrolable ola de violencia que azota desde hace muchos meses a nuestro país.
Veíamos hace apenas unos días unas imágenes que le dieron la vuelta al mundo y donde se mostraba la evacuación de un kínder ante el peligro que representaba una balacera en curso en esa zona; veíamos agentes armados llevando niños en brazos, una imagen propia de un escenario de guerra, que nunca esperamos ver en México y sin embargo nos demuestra que las batallas se dan en nuestras calles y los ciudadanos comunes estamos atrapados en plena línea de fuego. ¿Exagero? No lo creo y no es mi intención, pero es muy preocupante darnos cuenta que a diario las calles se pintan con la sangre de delincuentes, policías y hasta de personas que tuvieron la desgracia de estar en el lugar incorrecto, en un momento equivocado.
¿Hasta cuándo el gobierno se dará cuenta que la guerra que emprendió no se gana con aparatosos despliegues militares, sino con acciones concretas de inteligencia? La historia tiene numerosos ejemplos que así lo demuestran. Y no es solo cuestión de inteligencia; se requieren cambios profundos al seno de las instituciones, porque el monstruo creció desmesuradamente gracias al campo de cultivo que encontró en la corrupción; demanda también la cohesión de la sociedad, que también lleva culpa cobijar en ella a personajes que debieran ser inadmisibles, e incluso idealizar la figura del narcotraficante y convertirla en un ícono popular al cual admirar y hasta componerle canciones.
Ahora bien, siendo realistas, el narcotráfico no va a terminar por más soldados que salgan a las calles. Terminaría al momento de que se agotara la demanda, lo cual nos indica que hay que reforzar también las tareas de prevención al consumo y el endurecimiento de las leyes que inhiban en la medida de lo posible la comercialización de las drogas. Pero... bah! sigo soñando.

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